miércoles, 28 de septiembre de 2011

Fotos de campaña: primera tentativa

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(Foto: Corbis)

4 de agosto de 1968, en Miami: con el público que lo escucha reflejado en el espejo, el Gobernador Ronald Reagan habla en una reunión conjunta de las delegaciones de Utah, Wyoming y Montana, un día antes del inicio de la Convención Republicana. Sentados junto a él están el Gobernador Stanley Hathaway, de Wyoming, y el Gobernador Tim Babcock, de Montana, dos de los primeros reaganitas.

La foto refleja el primer esfuerzo activo de Reagan por conquistar la nominación republicana.

Reagan se movió con mucho cuidado en los primeros meses de 1968 porque, a pesar de tener un gran seguimiento nacional, todavía era un Gobernador novato. Dejó que oficiales locales conservadores, orientados por F. Clifton White, responsable de la nominación de Goldwater en el 64, inscribieran su nombre en las papeletas de media docena de estados, pero no hizo campaña activa. Obtuvo el 11% en la primaria de Wisconsin, el 22% en Nebraska, el 23% en Oregon, y un victoria unánime en la primaria de California donde Nixon renunció a competir por miedo a un revés. Se hizo además con el apoyo entusiasta de algunos colegas gobernadores del Oeste Montañoso.

Sin hacer campaña, y gracias a su amplio margen en California, Reagan ganó las primarias de 1968 en voto popular con 1,696,632 votos, frente a 1,679,443 votos de Nixon y sólo 164,340 de Rockefeller. Pero Nixon concertó el apoyo de cinco veces más delegados porque trabajó activamente, acudiendo a las convenciones estatales y enviando emisarios a los comités locales.

Reagan no empezó a organizarse en serio hasta esos días previos a la convención. Ya era demasiado tarde porque Nixon llegaba con los delegados necesarios para ganar en una primera votación.

Para Reagan el único modo de imponerse pasaba por convencer a las delegaciones sureñas, infestadas de antiguos partidarios de Goldwater que apoyaban con mucha desconfianza a Nixon. Pero sería imposible porque Nixon tenía al Senador Strom Thurmond ejerciendo un mando casi militar sobre el ejército de delegados sureños. Thurmond apreciaba más a Reagan que a Nixon, pero creía que todo lo que pusiera en riesgo la nominación de Nixon sólo favorecía a Rockefeller, que tenía más delegados apalabrados que Reagan.

"Un voto por Reagan es un voto por Rockefeller. Si queremos ganar, los conservadores no tenemos otra opción que votar por Nixon. Debemos dejar de utilizar nuestros corazones y empezar a utilizar nuestras cabezas. Estoy poniendo en juego mi prestigio. Creedme. Me encanta Reagan, pero Nixon es el único."

300 de los 348 delegados del Sur fueron pragmáticos y no abandonaron a Nixon.

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