A las 8 de la tarde del miércoles 23 de marzo de 1983, el Presidente Reagan se dirigió a los televidentes americanos desde el Despacho Oval para lanzarles una pregunta, "¿Podría la gente libre vivir segura sin el conocimiento de que su seguridad no se apoya sobre la amenaza de inmediatas represalias norteamericanas para detener un ataque soviético, que nosotros pudiéramos interceptar y destruir sus misiles balísticos estratégicos antes de que alcanzasen nuestra propia tierra o la de nuestros aliados?"
Era el anuncio de un programa de defensa espacial cuyo fin sería destruir, antes de que llegasen a su objetivo, parte o todos los misiles lanzados por el enemigo. Los sistemas defensivos estarían desplegados en el espacio, apoyados por satélites y láseres espaciales capaces de interceptar cualquier disparo enemigo de misiles balísticos intercontinentales con carga nuclear.
El alucinante discurso llegaba un par de horas después de que la Cámara de Representantes, en la primera gran revuelta legislativa contra la Administración Reagan, rechazara las demandas de la Casa Blanca de incrementar el gasto militar en un 10%, y votara a favor de las propuestas demócratas para recortar en más de la mitad el presupuesto de los republicanos.
Los críticos tacharon el programa como ciencia ficción. El New York Times describió el discurso como "una proyección de la fantasía en política". El Presidente estaba recurriendo, una vez más, a mitos y fantasías para justificar los 2 billones de dólares que quería gastar en cinco años en Defensa. Lo bautizaron "guerra de las galaxias" y, lejos de disgustarse, Reagan parecía orgulloso del agresivo apodo.
El discurso supuso el primer intento serio por alejarse de la estrategia de la "Destrucción Mutua Asegurada" que había regido las relaciones con los soviéticos en los 30 años anteriores. Reagan proponía buscar nuevos sistemas de hegemonía militar y avanzar hacia un nuevo escenario en el que la amenaza de un ataque nuclear no actuase como elemento disuasorio.
La URSS reaccionó calificando el discurso de "demente" y advirtiendo que violaba el tratado ABM. También hubo escépticos dentro del gabinete presidencial. El Secretario de Estado George Shultz se quejó a Reagan de que la iniciativa no servía para afianzar la seriedad de EEUU en la negociación sobre control de armamentos, porque estaba cambiando la doctrina estratégica básica sin contar con suficientes argumentos científicos y tecnológicos, y sin consultarlo con los aliados.
Pero la iniciativa servía a Reagan en dos direcciones, una ilusoria y otra real. Por un lado, como dos años antes el desarrollo del supermisil MX de diez cabezas, le permitía conquistar el imaginario colectivo con la materialización del sueño de un arma absoluta que ejerciera de guardián de la paz. Por otro lado, inducía a los soviéticos a una carrera armamentística que no podrían soportar y les obligaría a buscar un nuevo enfoque más favorable a los intereses americanos.
Al día siguiente, el Senador Barry Goldwater envió a Reagan una carta con una sola sentencia: "Fue el mejor discurso que le he escuchado a un Presidente".
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